Un guiño a enero

- ¿Sabes qué es lo que creo? Que tus estúpidas metáforas, tus queridísimos rompecabezas van a lograr que…
- ¿Rompecabezas? ¿Yo?

Soltó una risa sarcástica que empleé para recuperar el turno que me había arrebatado.

- No sé ni cómo lo logras. Sea el tema que sea siempre terminamos discutiendo. Insufrible, insoportable…
- ¿Puedo saber qué es eso que no soportas? Porque no será que yo no he intentado hablar para arreglarlo.
- Tu actitud. Una verdadera lástima que con los debates tan interesantes que mantuvimos, todo vaya a terminar como siempre: con una discusión.

Silencio. Mi pelo se baldeaba en rizos alrededor la nuca y nuestras propias mejillas morían de sed. Sentía esa agua salada que tanto odiamos, de la cual escapábamos siempre. Ese día no huimos, ambos creíamos que el otro nunca se daba cuenta de lo débiles e irracionales que éramos en realidad, pero yo siempre supe que debía sospecharlo. Tal vez porque cuando andaba tenía aura fantasmal y por todos era visto. Tal vez porque nuestras sonrisas eran muy diferentes o porque su palabra tenía más peso que la mía. Sabía que yo era la parte débil y cariñosa de esa nuestra relación y sus manos me anclaban a ella.

Miró al suelo y pude ver el destello de sus ojos, cómo la formaba con el siseo de las serpientes. Y de nuevo, ahí estaba: su sonrisa.

- Es gracioso como poco. Podría decir lo mismo.
- No puedes creer ser la víctima. Apareciste sin que te llamara y tú decidiste quedarte.
- ¿Lo ves? Claro que lo ves. Te mientes... Como siempre. Fuiste tú quien me suplicó que me quedara.
- ¿Qué diantres estás diciendo? Puedes mentir a otros, pero no a mí. Eres tú…
- Oh, querida, eres tú la que miente. No hacía falta que me lo pidieras, querías que de una manera u otra permaneciera en tu vida.
- ¿Pretendes que vuelva a someterme? ¿Después de todo lo ocurrido? Hace tiempo que dejé de ser tu alfombra.

Se acercó y yo di un paso atrás. “Para ya. Déjalo... Armonía, no es más que otra…”.

- Nunca fuiste una alfombra. Eras una sombra.
- Para ya. Déjalo… Éride, no eres más que otra…
- Añoras ser esa sombra.

Y cómo las lunas concebían un caos brillante; que cortaba, al igual que la amatista. ¿Cómo sus ojos seguían vivos en cáscaras de espejo y en cambio, mi sonrisa huía en el viento?

Volvió a avanzar y esa vez no retrocedí. Su mirada ardía mientras que la mía intentaba mantenerse en una suave brisa otoñal.

- Sabes muy bien que el viento aviva el fuego.- me susurró con ese tono categórico.

Me tenía, y me gustaba; demasiado, y todo era agrio y bello al mismo tiempo. Y me mentía… como siempre. Por la mañana, tarde y las salidas, que daba igual el momento en que me vieran.

Y eran tan bonitas las tormentas, y aquellas noches húmedas que empapaban mi rostro. ¡Ah…! Bendita agua salada.

Y mientras, acurrada en la cama, el espejo recuperó su forma y mi garganta se hinchó. Lo que más me dolía era tal vez el sabor de la quetiapina destruyendo aquel caos brillante, cortante y a la vez tan bello, que era mi mente.